sábado, 23 de octubre de 2010

Caperucita feroz

El lobo se le apareció adelante en el camino. Noble pero a la vez salvaje, tenía sus ojos fijos en la niña. La fiera estaba bastante lejos y Caperucita, si corría, capaz podría regresar a su casa ya que no había sido mucho desde que se había desviado del camino. Caperucita, sudando de miedo, observaba a la bestia imponente que se le alzaba delante. No se animaba a mover un músculo. Sin embargo, a los pocos segundos el lobo se metió entre los árboles sigilosamente como una sombra y desapareció de la vista de la niña.
Caperucita se debatía qué hacer. La madre le había prohibido desviarse del camino principal y ya lo había hecho pero volver a él implicaba meterse por donde se había marchado el lobo y ella quería alejarse lo más posible de esa zona. La amenaza del lobo la mataba de miedo y decidió tomar el camino rápido y directo hacia la casa de la abuela.
El bosque había dejado de ser un lugar de paseo y juego. Silencioso, era un escenario espeluznante. Corriendo con todas sus fuerzas rompió sus zapatos y desnudos los pies sufrían las ramas pisadas. Finalmente, sin ya casi poder respirar del cansancio, llegó.
La puerta estaba abierta y por temor le gritó a su abuela desde afuera. No obtuvo respuesta. Se fue acercando lentamente con la canasta fuertemente sujetada y susurrando: "¿abuela?".
El cuerpo de la abuela yacía ensangrentado en medio de la habitación y el lobo arrancaba piel, carne, hueso y camisón con sus poderosos dientes. La bestia no se percataba de la presencia de la niña y continuaba devorando.
Nauseas, escalofríos, tos y llanto abordaron a Caperucita. Las rodillas no soportaron y la canasta cayó pesada. Echada en el suelo refregándose las lágrimas comenzó a odiar al animal feroz. Era como si devoraba y a la vez se reía de Caperucita. Se habían encontrado en el bosque pero no la había atacado a ella, había ido tras su abuela. A ella la perdonó pero ¿para qué? Para que observe esos ojos grandes y llenos de furia salvaje, esos dientes enormes desgarrando la carne muerta, ese ritual perverso de sangre y tripas. El encuentro previo en el bosque había sido un chiste, una provocación. El lobo era un hijo de puta.
La canasta estaba a pocos pasos de ella y pensó que capaz, si su madre había puesto comida en su interior podía echársela a la fiera para distraerla y poder conservar algo del cuerpo de la anciana. Para su sorpresa, la madre de Caperucita no había puesto nada de comida para que le lleve a su abuela indefensa en el medio del bosque. No, le había puesto una pistola. Una pistola para que se defendiera de las amenazas del bosque. De los lobos.
Tres disparos de Caperucita y su capa se manchó del rojo impuro de la sangre del animal.

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