jueves, 10 de marzo de 2011

Un chico solitario mira al cielo, solo lo contempla. Se pierde en ese océano vasto azul reinado por estrellas, nubes y tormentas, buques de los mares del cielo. El viento lo despeina y acaricia y el chico se siente bien en el mundo. Pasa horas viendo el cielo convertirse en día y en noche.
Unas nubes navegan los cielos. Son arrastradas por la corriente y bailan en las alturas. Una de las nubes, con gran consistencia, tiene la forma de un reloj de pie. Un reloj recostado en el cielo, paseando en su tiempo inmortal. De un momento a otro, la gran nube deja de ser un reloj y el chico ve una nave espacial surcar el aire. El chico observa la nave y se pierde en su magnitud. La siente tan real como había sentido al reloj y antes al hipopótamo y antes al dinosaurio y antes a la espada y antes al rostro de un hombre feliz y luego triste. Pero cuando vio la próxima transformación de la nube dejo de sentirse en paz. No como antes, la nube muto en otra cosa. Su estructura se modificó. Prestándole atención y con buena vista, se podía ver minúsculas transformaciones en toda la nube. Miles de pequeños cubos la modificaban en un proceso que duraba segundos. La nube paso a ser un tigre.
El chico miro al rededor en busca del responsable de la transformación o como se llama: "imanación". Se levanto de su sitio bajo un árbol en los lindes de la playa y la maleza. Caminó hasta la orilla pero no lograba ver a nadie. Escuchaba unos gritos cerca detrás de unas rocas donde el mar cortaba el horizonte de la isla. Del otro lado encontró un grupo de chicos mirando al cielo. Cinco chicos estaban riéndose y gritándole a una chica que estaba con los pies en la orilla del mar. La chica escudriñaba el celo con rostro de concentración. Ella era la que estaba imaginando.
A Gom no le gustaba imaginar. Le gustaba simplemente observar el cielo tal cual era, sus formas maravillosas y hasta siniestras por naturaleza. Aborrecía transformar las nubes con su poder que solo disfrutaban los jóvenes hasta cierta edad, una vez pasada la adolescencia. En la isla, los grandes recordaban con nostalgia poder imaginar. No les gustaba contentarse con el cielo aburrido lleno de nubes informes. A todos les gustaba darles a las nube forma a su antojo.
-Ese tigre es muy aburrido. Parece dormido- escucho decir a uno de los chicos del grupo. Éste se adelanto junto a la muchacha y mirando al cielo, mientras alzaba los brazos, comenzó a imaginar.
El tigre dejo de ser un tigre. Un oso furioso mostraba los dientes a la tierra. Gom, ya aburrido de saber que su tranquilidad estaba interrumpida volvió a casa.
Al día siguiente volvió a su sitio habitual pero el cielo estaba completamente nublado. En días nublados no habían formas en las nubes sino un cielo totalmente gris. Tampoco los jóvenes podían modificar ninguna nube ya que no se podía calcular realmente donde empezaba y terminaba una. Los días nublados eran tranquilos para Gom.
-Ayer te vi cundo te ibas- una voz le interrumpió su soledad.

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